Es una de las grandes peculiaridades de la historia del fútbol y, tanto por su carácter exclusivo como por la grandeza que representa, la Copa Intercontinental de 1974 es cita imperdible. El Atlético de Madrid inició aquél curso en estado catatónico tras perder, de manera agónica, la final de Copa de Europa ante el Bayern. Sin embargo, la dureza extrema de los clubes sudamericanos hizo que los alemanes rechazaran jugar aquella final a doble partido. En el Manzaranes, acababan de despedir al técnico de aquél proyecto (Juan Carlos Lorenzo) y se asomaba sin miedo con su nuevo líder, Luis Aragonés, que pasó en días de ser futbolista del equipo, a tener a sus órdenes a sus compañeros para levantar el título clave de su historia ante Independiente de Avellaneda.
Era un Atlético casi tan argentino como su rival y con demostrada dureza, por lo que el miércoles 12 de marzo, en la Doble Visera, el Rojo de Avellaneda lo retaba con Bochini, Bertoni y el goleador peruano Percy Rojas ante 60.000 espectadores. Los rojiblancos fueron muy cautelosos en planteamiento y, con guion áspero, tan sólo un gol de Agustín Balbuena incomodó el plan, pero salía vivo para la noche más caliente del ya extinto Vicente Calderón.
El 10 de abril, el Atlético necesitaba dos goles para remontar y puso un once de velocidad, aunque la sorpresa estuvo en su portero: Pacheco. El plan activa la marea colchonera e Irureta, de cabeza, marca el primero muy pronto. Insistió y propuso, pero no fue hasta los minutos finales cuando un balón parado de Heredia al área, acaba en frágiles despejes argentinos hasta que Ayala encuentra el espacio para cruzar su forzado remate a la red.
El mito Adelardo, que esa noche cumplía 500 partidos, levantó la Copa Intercontinental del Atlético, un club tan especial como para ser el único campeón mundial, sin antes haber sido campeón de Europa.
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