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Cartagena de Indias

34. Castillo de San Felipe de Barajas

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Ubicado en el cerro de San Lázaro, al oriente del centro histórico, el Castillo de San Felipe de Barajas se considera la obra más destacada de la ingeniería militar española en América.

Su construcción fue promovida por el gobernador de Cartagena, don Melchor de Aguilera en 1639, quien se la encargó al maestro Juan Mejía del Valle, pero debido a la lenta tramitología el proyecto no se realizó sino durante la gobernación de don Pedro Zapata de Mendoza, que bautizó el Castillo en honor al rey Felipe IV.

El primitivo Castillo de San Felipe, del tipo llamado «bonete» (similar a un bonete o tocado religioso), se terminó de construir en 1657, y fue ocupado por el barón de Pointis en 1697.

Una vez adelantadas las reparaciones necesarias, el castillo permitió que las fuerzas cartageneras defendieran la ciudad del ataque del almirante inglés Edward Vernon en 1741, quien convencido de que el triunfo sería suyo, había acuñado anticipadamente 35 medallas, en las que aparecía el jefe de Cartagena de rodillas entregándole la espada al agresor y otras con una leyenda que rezaba: «I took Cartagena».

La defensa estuvo a cargo de don Blas de Lezo, héroe cartagenero, pues pese a haber perdido un ojo, una pierna y brazo en otro ataque, puso en retirada al inglés, que atacó la ciudad con 26.000 hombres y más de 170 velas.

Esta fortificación, que consta de una serie de murallas con bases muy amplias que se angostan hacia sus parapetos, constituye un formidable bunker geométrico. Las baterías y parapetos no apuntan hacia la plaza fuerte, sino que se cubren entre sí, de modo que hacían prácticamente imposible la toma de una batería sin tomarse todo el sistema defensivo.

Se dice que los enormes bloques de piedra con que se sostiene fueron extraídos de los arrecifes coralinos de las costas aledañas, y llevados por esclavos hasta el cerro. Recordemos que Cartagena además de ser un apreciado botín, también fue un puerto de tráfico de esclavos negros.

Estos bloques de piedra caliza fueron luego pegados con una mezcla de calicanto y sangre de buey, aunque la leyenda dice que también se utilizó sangre de esclavos. Cierto o falso, los actuales ingenieros han establecido que la sangre sólo se utilizó para la construcción de cisternas y otras obras que requerían impermeabilización.

Los constructores españoles dotaron y concibieron el castillo de diversos sistemas defensivos de manera que se aseguraran su impenetrabilidad. Así, las murallas del castillo no fueron levantadas de manera perpendicular al suelo, sino inclinadas hacia el interior del mismo, a fin de que las balas de los cañones enemigos rebotaran sin causar mayores estragos a la construcción.

Por su parte los cañones del castillo, ubicados en sitios estratégicos, tenían en su mira toda la bahía, de manera que cualquier embarcación sospechosa que atracara podía ser el blanco de sus balas.

A ello se suman las cárcavas, las cuales atraparían a cualquier intruso que intentara penetrar escalando las laderas de sus murallas; los aljibes y profundos fosos que impedían su acceso.

Los túneles para desplazarse sin ser divisado por el enemigo; los cuarteles subterráneos con capacidad para 350 hombres; y los depósitos de armas y alimentos, aprovisionados para resistir varios meses de asedio exterior. El visitante puede explorarlo caminando por sus inusitados declives, pendientes rampas, túneles y estratégicos puestos de artillería.

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