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Arabia, las rusas y el descarrío del "otro Maradona"

Arabia Saudita puede ser considerada como integrante selecta del top de las selecciones más poderosas del continente asiático. Sus números la avalan, ha sido tres veces campeón y otras tantas sub campeón de la Copa Asiática en diez participaciones.

En el plano mundial, por más que obtuvo un sorprendente subcampeonato (cayó ante Argentina) en la primera Copa FIFA Confederaciones, su historia de gloria es efímera, comienza y termina en 1994. Por cierto que intrínsecamente atada al también efímero momento de gloria de Saeed Al Owairan, “el Maradona del Golfo Pérsico”.

No es para menos, su gol “espectacularmente maradoniano” sobre Bélgica, valió para la victoria, valió para superar la fase de grupos de un mundial por primera vez y valió para transformar la magia de ese momento en el acontecimiento más importante hasta hoy en la historia del balompié saudita.

Es que en las tres ediciones posteriores, en las cuales participó de manera consecutiva, no ganó ningún partido, cosechando apenas dos puntos producto de dos empates en dos mundiales diferentes.

En 1998 perdió ante Dinamarca (0-1), fue goleada por Francia (0-4) y le empató a Sudáfrica (2-2). Cuatro años después, en 2002, tuvo una pésima actuación, no ganó ningún partido, no anotó en ningún juego y recibió 12 goles en su valla, incluida una de las peores goleadas en copas del mundo: 0-8 ante Alemania.

En el 2006 finalizó en el 28º lugar del campeonato, tras dos derrotas y un empate, aunque esta vez no se fue en blanco, convirtió dos goles en el empate (2-2) ante Túnez.

En este 2018 regresa a los mundiales luego de doce años, bajo la conducción del argentino Juan Antonio Pizzi y con una selección integrada casi totalmente por jugadores del medio local, excepto Yahya Al-Shehri, mediocampista del CD Leganés y Fahad Al-Muwallad del Levante UD, ambos de la Liga de España.

No existen grandes expectativas sobre la suerte mundialista del equipo árabe en Rusia 2018. Después de una operación de la que no logro recuperarse totalmente, su principal atacante, Nawaf Al Abed, que con 5 goles fue el máximo anotador de su país en la eliminatoria al Mundial, quedó fuera del plantel definitivo.

La responsabilidad de los golpes recaerá en los dos únicos delanteros que lleva Pizzi, Mohannad Assiri del Al-Ahli y Mohammed Al-Sahlawi del Al-Nassr. Con esas limitaciones, parece imposible que Arabia logre sorprender como en 1994 y menos que eso, que aparezca una figura que se ilumine e invente una proeza similar a la de Al Owairan.

Proeza que, si se quiere, después de las consecuencias desastrosas que tuvo sobre la carrera del “Maradona árabe”, difícilmente alguien tendrá deseos de imitarlo.

EL MARADONA QUE SOLO QUERIA SER SAEED

La larga corrida desde su propio campo, eludiendo rivales hasta vulnerar con un disparo alto la valla del portero Michel Preud’homme en el decisivo tercer juego de la fase de grupos ante Bélgica, le valió a su selección la clasificación a los octavos de final y convirtió a Al Owairan en una celebridad del futbol asiático y mundial.

Hasta el día de hoy, esa anotación es objeto de culto y en la era digital su reproducción se viraliza en miles de cuentas de fanáticos de todo el planeta. Fue una anotación de antología que le cambió la vida a su autor y con ella nació el apodo de “Maradona del Golfo” por la similitud con el segundo gol del astro argentino a Inglaterra en 1986.

La hazaña mundialista, lo convirtió en héroe nacional, cuando regresó a Riyadh, el Rey Fahd le obsequió un lujoso automóvil, fue imagen de Coca-Cola, Ford y Toyota, figura televisiva, embajador deportivo de su país e inspiración de toda la juventud saudita, todo ello coronado con la obtención del premio al Futbolista del año en Asia.

Pero eso no duró para siempre. Con sus deslices, Owairan pronto se convirtió en un gran problema para la férrea ley islámica imperante en Arabia.

La inclinación de la flamante celebridad deportiva por la vida nocturna al estilo occidental, resultó tan perturbador para las autoridades que resolvieron condenarlo a prisión con un año de suspensión del fútbol competitivo. En 1996, cometió la segunda trasgresión, que hoy es la razón de nuestra anécdota y que le valió una nueva y decisiva suspensión.

Para el Mundial de Francia, el brasileño Carlos Alberto Parreira, que dirigía la selección saudí, logró convencer a los gobernantes que permitieran a Owairan integrarse el equipo.

A Francia llegó con la aureola de héroe intacta, aunque en el propio hotel de la delegación, se produjo una histórica entrevista que reprodujo el New York Times y donde el mundo empezaría a conocer el daño que aquella anotación causó en el atacante árabe. “Ese gol fue una espada de doble filo para mí. De alguna manera, fue genial. En otras formas, fue horrible”

En el Mundial de Francia, Arabia perdió los dos primeros partidos y Parreira fue cesado en pleno mundial. Owairan pasó sin pena ni gloria y así seguiría hasta su retiro. Tampoco pudo emigrar al futbol europeo, las leyes saudíes no permitían a sus futbolistas jugar fuera de su país.

Había realmente más razones para odiar que para celebrar ese gol antológico, que la FIFA incluyó entre los mejores de la historia, por parte de su autor.

LA ANÉCDOTA: El “camino ruso” hacia la perdición

En una tesis doctoral en sociología – del 2014 – publicada por la Universidad de Alicante (España), aparece un estudio profundo sobre la importancia de los viajeros rusos para los países que rodean el mediterráneo, durante la últimas dos décadas. De los países receptores, Turquía siempre ocupó el primer lugar, pero después de 1994 Egipto le disputó la primacía.

Esos turistas visitaban la costa soleada del mar Rojo – como el emblemático balneario Sharm al Sheij - o la ciudad de El Cairo, que, con su intensa vida nocturna, era un imán para chicos y chicas rusas ansiosas por diversión.

En uno de esos clubes y con varias de esas chicas, el desafortunado Saed Al Owairan inició su caída hacia el abismo. La maldición de su gol “maradoniano”, empezó con unos cabellos rubios, ojos claros, largas piernas y un lenguaje imposible de entender, que no fue barrera para el idolatrado autor del mejor gol del Mundial de EEUU.

Una de las tantas biografías de Al-Owairan, rememora que el futbolista a sus 26 años no quería ni ser modelo la juventud de su país ni tampoco dar lecciones de moralidad, solo quería divertirse como el más común de los mortales. Pero, el problema, o mejor, los varios problemas que enfrentaba los cargaba de toda su vida.

Para su desdicha, nació en un país de milenario fanatismo religioso. Para colmo, eligió “romper la alcancía” del puritanismo en el peor momento: durante el sagrado mes del Ramadán, “período en que los pecados son perdonados”, pero por ningún lado se autoriza a cometerlos.

Saeed fue pillado en uno de los clubes nocturnos mencionados y en compañía de mujeres “no saudíes”. Varias mujeres rusas, para ser más específicos. No hubo perdón, la Realeza Saudí volvió a condenarlo, esta vez a seis meses de reclusión y le suspendió la licencia deportiva nuevamente por un año.

Fue un tiro de gracia a su carrera. Como ya lo vimos, cuando volvió, ya nada fue igual. El apodo del “Maradona del Golfo Pérsico” se perdió en el recuerdo y se mantuvo para siempre uno más aristocrático de “Owairan -El Rey del Desierto”. Su carrera deportiva hacia buen rato estaba terminada. De las rusas de la historia, no encontramos más información. Una pena, con ellas fue que comenzó el verdadero desastre para el “otro Maradona”.

NOTA DEL EDITOR: Esta columna histórica es parte de la serie de ESPN Digital, El Mundial 32x32, que acompaña el camino de sus 32 selecciones a través de 32 historias originales.